Some thoughts in the air…
“Aprender a despedirse”
Jamás pensé que llegaría el momento de hablar de despedida. Y menos aún imaginé que tendría que escribir sobre ella.
Estás en tu casa y decides comprar un billete. Tienes mil motivos que lo justifican, lo cual no significa que convenzan a los de tu alrededor. Aún así, un día ves la luz y lo compras. Y ya.
Llegas más o menos programado, dos maletas, un hostal y una agenda que planifica lo que no acabará siendo un plan programado en absoluto. Tu primer apartamento. Muy mono, pero pequeño. Enano. Pero lo acabas viendo grande, ¡suficiente para dos! Te bañas de positivismo (más te vale). Conoces la ciudad, te gusta y te disgusta. Lloras, ríes y ves posibilidades. Te agarras a ellas. Llueve, pero tu ves el sol. Valió la pena. A por ello.
Andas, corres, husmeas y descubres. ¡Evolucionas! Lo que era una ciudad grande, acaba siendo una gran ciudad. Te das cuenta porque se respira por todas partes. Y, de repente, ves la cosa… La entiendes. A Londres hay que darle varias oportunidades para entender su esencia, su manera… para aprender a respetarla. Respeto Londres desde la libertad de haber escogido querer conocerla. La respeto por lo que fue, por lo que es y siempre será. Respeto Londres por su estilo, por su capacidad de evolución constante, por su ansia de libertad. No me queda otra que admirarla, protegerla dialécticamente en conversaciones arbitrarias, también amarla desde la crítica más racional. Respeto esta ciudad por lo que da, y por lo que quita. Por lo que regala, y por lo que rapta brúscamente. Por su brutalidad positiva, y negativa. Por su lluvia, por su sol. Me gusta respetarla porque, con el tiempo, me di cuenta que cuanto más la respetaba, más lo hacía ella conmigo. Cuanto más la acariciaba, más me sonreía. Y que cuanto más la amaba, más me quería.
Me quedo con su elegancia en el oeste, su contraste en el este y su tan típico centro. Me quedo con cada parte de Londres sin dejar ni pizca, con cada rincón, con cada calle estrecha londinense (aquellas calles típicas pequeñísimas que unen a dos de más grandes), con cada plaza, cada puente, cada mercado. Me quedo con Brick Lane, el Borough, el Flower, el Broadway y el Spitalfields Market. Y muchos otros. Con el Barbican, el Rich Mix, el Soutbank Centre y el Somerset House. Y el resto. Qué decir del Royal Albert Hall o el Royal Opera House. Con Shoreditch. Pero también con West Kensington. Y Notting Hill. Y Hammersmith. También el Victoria Village, Dulwich, Greenwich, Camden, Clapham y Soho. Incluso Wapping. Cómo olvidar su City. Con el Hyde Park, Regent’s Park y St. James Park. Pero ojo, también el Holland Park, Victoria Park, London Fields, Primrose Hill y Richmond. Me quedo con sus festivales, sus grandes museos, pero también con los más discretos. El teatro de Londres, su música y sus musicales. Sus buskers. También con todas las galerías de arte del este. Con todo el arte callejero de Hackney. Absolutamente todo. Con Thierry Noir, Stik, ROA y RUN, por decir algunos. Me quedo con Redchurch Street y su café. Con los cóctels y la gastronomía de Shoreditch. Con Hoxton Square. La creatividad, la cultura y la explosión artística de esta ciudad. Con sus oportunidades. Me quedo con todo.
Pasados dos años y medio viviendo aquí, decidimos que nos marchamos. Pensar en la próxima visita es lo único que calma la pena y la melancolía que predice nuestra alma. Nos damos cuenta de todo lo que dejamos atrás, y todo lo que nos llevamos bien atado en maletas. Las lágrimas que ayer fueron de inseguridad e incertidumbre, hoy sólo son de alegría y felicidad. Porque compramos el billete. Juntos. Y esto no nos lo quitará nadie.
Hoy, sin duda, es momento de recordar Londres en positivo. Siempre en positivo.
(Publicat a El Ibérico, diari en espanyol a Londres)